top of page

Museo Lira, Santiago de Chile


Era mi primer fin de semana en Chile. Desde Santiago se veían los cerros nevados. El Puente del Inca, justo al otro lado de la frontera argentina no estaba lejos y era un lugar ideal para poder contemplar la inmensidad del Aconcagua. Las posibilidades para ese fin de semana de primavera eran increíbles. Por otra parte, hay dos museos de coches clásicos en Santiago y uno de ellos no abre en domingo así que dejé la excursión a los Andes para el día siguiente y el sábado por mañana tomé el metro en dirección al norte. En la penúltima parada tomé un bus que después de casi una hora me dejó en un desértico polígono industrial. El guarda del polígono, sorprendido de que un extranjero llegase hasta allí caminando se comunicó con el museo para advertirles de mi presencia. Así, cuando llegué Magdalena, Andrés y Lili me dieron una calurosa bienvenida.


El Museo de Autos Antiguos de Chile, perteneciente a la Fundación Lira, fue fundado en 2010 en Quilicura con la aportación de los vehículos de la colección de Gabriel Lira, un empresario ligado al negocio de la minería que durante décadas había ido acumulando autos que rescataba de todos los rincones de Chile. El museo cuenta con una enorme sala ocupada mayoritariamente por automóviles estadounidenses, un galpón con vehículos militares y otro donde predominan los pequeños utilitarios europeos y destaca un Nobel fabricado en Chile.


Ser el primer visitante del día tiene la ventaja de contar con guía en exclusiva y poder hacer fotos sin más público que los coches. Magdalena me contó la historia de algunos de los vehículos más singulares. Desgraciadamente, en el último minuto me había dejado la cámara fuera de la maleta y tuve que hacer todas las fotos del viaje con el móvil.


En la primera hilera había mayoría de coches americanos de los años veinte, no podían faltar los Ford T, A, Chevrolet, Dodge, Plymouth, etc. junto a otros de marcas menos conocidas como algunos Marmon, Whipet, Essex, De Soto, etc. Entre los modelos europeos destacaba un Citroën C4, un Adler, un BMW 328 y un Mercedes 130H, como el que hay en el museo de la casa en Stuttgart. La H proviene de heck, posterior en alemán. Este modelo comenzó a ser desarrollado por Daimler cuando Ferdinand Porsche todavía era ingeniero jefe de la empresa. A diferencia del Volkswagen y del Tatra T97 el Mercedes, lanzado en 1934, tenía un motor refrigerado por agua lo que provocaba un gran desequilibrio de pesos entre los dos ejes y una estabilidad complicada. Un par de años más tarde fue sustituido por el 170H que mejoraba en ese sentido pero sin lograr superar en ventas a su hermano, el 170V, con motor delantero. En el museo de Mulhouse también hay un 170H perfectamente restaurado.



Magdalena me destacó el Nash de 1925 que perteneció al presidente de la República Arturo Alessandri Palma, pintado en blanco y con un interior rojo. Lo que más me impresionó en aquella sala fueron los dos Oakland de 1929. Ambos con la pintura original en dos tonos de verde y una línea horizontal con fileteado en amarillo. La berlina de cuatro puertas apenas tiene 30.000 km y, como se puede ver en las fotos, el interior estaba como el día que salió de la fábrica hace cerca de 90 años.


En la sala de coches más pequeños un curioso triciclo Mitsubishi Leo de 1958 daba la bienvenida acompañado de un FIAT Multipla y un SIMCA 1000. Entre distintos FIAT, SIMCA y Peugeot también había un BMW 700, algunos Ford alemanes y británicos, como el Consul Capri, y un Lancia Gamma. Entre los pequeños europeos también había autos americanos. Destacaba un Chevrolet Corvair con el motor de 6 cilindros posterior refrigerado por aire, el único coche americano con motor trasero fabricado a gran escala.




Sin duda lo más curioso de la sala eran dos pequeños microcoches. Un Heinkel verde de 1960, similar a un Isetta, pero aún más pequeño que estaba pendiente de completar la restauración y un Nobel de 1962. Nada más entrar en la sala me llamó la atención un Fuldamobil blanco. Magdalena me corrigió inmediatamente y me aclaró que era un Nobel de fabricación chilena, uno de los primeros coches producidos en el país con un motor de sólo 200cc. El Fuldamobil no sólo fue fabricado en Alemania y Chile, también se concedieron licencias para fabricarlo en Gran Bretaña, Países Bajos, Suecia, Grecia, Argentina, India o Sudáfrica.


De vuelta a la sala más grande un FIAT Balilla y un par de Volvos daban paso a una pasillo donde varios mastodontes americanos de los 50 y los 60 se alternaban con algunos coches británicos de la época. Aparte de un Packard de 1940 que conservaba su interior original el perfecto estado, y un Hudson de 1938, destacaba un Cadillac Series 62 de 1949, anterior al que aparece en el post sobre Coro en Venezuela. Éste estaba en excelente estado, pintado en su color gris original. Este ejemplar también perteneció a otro controvertido presidente chileno, Carlos Ibáñez del Campo. En las fotos se puede ver su interior.




En un extremo del museo se podía ver un Tatra 603, aún con la placa checa, ya que junto al Škoda Felicia y algún Volvo, es de los pocos coches del museo que no se registraron originariamente en Chile. El 603 sigue la tradición del T87 de pre-guerra al que le dediqué un post este verano. Como aquel, tiene un impresionante motor posterior de 8 cilindros que Andrés amablemente me destapó para que lo pudiera fotografiar. El coche fue restaurado en el museo. Aunque no puso en marcha el motor, Andrés me aseguró que cuando está en marcha suena como un avión. Al restaurarlo hicieron un descubrimiento que sorprendió a Andrés. Como el motor trasero, refrigerado por aire, queda lejos del conductor, con un sistema convencional el aire caliente no llega bien a su sitio, así el Tatra lleva un calefactor de benzina bajo el asiento anterior que fue descubierto durante la restauración.



En la siguiente fila predominaban también los autos americanos, entre ellos una simpática Juva de post-guerra parece casi un coche para niños. Entre los europeos también había un Peugeot 203. El museo tiene la política de restauración un tanto curiosa. Se prefiere dejar sin restaurar algunas partes antes de que reemplazarlas por piezas modernas. Así había algunos coches con los cristales rajados que se consideran más fieles al original que si se reemplazasen por unos cortados a medida actualmente. En casos como el del 203 se pueden conseguir faros originales, en cambio se opta por recortar cristales de color a medida, en lugar de poner unos faros nuevos. En algunos coches también se dejan los paragolpes pintados de gris metalizado en lugar de cromarlos.

Al fondo de la sala hay una reproducción de un taller de época con una camioneta de los años 20. Andrés estaba particularmente orgulloso de la forja que simulaba tener una llama encendida. En el museo hay tres FIAT Balilla. Uno está perfectamente restaurado, los otros dos están cortados por la mitad, el uno longitudinal y otro transversalmente. Uno de ellos está en la sala grande con media carrocería, el motor y el chasis restaurados y la otra media carrocería en el estado original. No muy lejos hay un FIAT 1800, con una combinación de colores que sorprendería en un SEAT 1500 con el que compartió la misma carrocería.


Apenas hacía una semana que había vendido el Dauphine, encontrar un Caravelle / Floride el museo me hizo recordarlo, especialmente cuando Andrés abrió el compartimento del motor y vi tantas cosas idénticas a las de nuestro Dauphine, como el mismo motor Ventoux y la caja de la calefacción.


Andrés no le dio mucha importancia, pero me llamó la atención un SIMCA Aronde Plein Ciel que no conocía, con un parabrisas panorámico y una elegante carrocería fabricada en las instalaciones parisinas de Facel. Entre este coupé de 1300cc y el descapotable Océane se produjeron más de 11.000 unidades entre 1957 y 62.

El museo conserva también uno de los 8 Ford que se importaron en 1950 para formar la primera flota de coches patrulla del país. Hasta entonces todos los carabineros se desplazaban a caballo.


Para terminar vi los coches que hay en el exterior del edificio. Me llamó la atención un Ford Ranchero, la versión pick-up del Falcon, que estaba en mejor estado que el de la foto que incluí en el post sobre los Falcon argentinos.

También había un Oldsmobile de 1952 equipado con un sistema de gasógeno del estilo de los que se utilizaban en la Europa de post-guerra. Sin duda este es un museo que vale la pena visitar. Estoy muy agradecido a Magdalena, Andrés y Lili por su atención durante mi visita.



Recent Posts
Archive
bottom of page