Los Studebaker de Don Bernardo
Encontrar un museo dedicado a una mítica marca desaparecida en uno de los confines del sur de América es ya de por sí un hecho insólito. Tener la oportunidad de visitar el museo con su propio fundador es sin duda extraordinario. El pasado fin de semana pude visitar los dos museos de Santiago donde también tuve un gran recibimiento, pero conocer a Bernardo Eggers ha sido del todo inesperado.
Osorno queda 800 km al sur de Santiago, por lo tanto había descartado un viaje a propósito para visitar el Museo de Mancopulli. Había pensado pasar el fin de semana en Punta Arenas, en la Patagonia, donde esperaba ver colonias de pingüinos reales, lobos marinos y quizás ballenas. Desgraciadamente los billetes baratos de los que me habían hablado no se podían conseguir para vuelos a dos días vista, así que me decidí por Puerto Montt. Tomar un bus nocturno, además de ser más económico, me permitía aprovechar mejor el tiempo, así que después de cenar me embarqué en un bus que por la mañana me tenía que dejar en la capital de la región de Los Lagos. Ya me había despertado cuando a las 8 de la mañana el bus se ha detenido en Osorno. He aprovechado que cerca hay un museo dedicado a Studebaker y sin pensarlo demasiado he decidido bajarme e ir a buscarlo. Aprovechando que a pocos metros estaba la terminal de buses locales he podido subir a uno que estaba a punto de partir hacia Puyehue. He llegado al museo una hora antes de la apertura así que he aprovechado para desayunar una torta milhojas en la cafetería del recinto.
Cuando ha llegado Don Bernardo he podido entrar, antes de que llegaran los dos autobuses escolares que pronto llenarían de niños las salas del museo. La sala Helmut Eggers, el padre del fundador, está únicamente ocupada por Studebaker, la mayoría perfectamente restaurados. Hoy hace 22 años que se inauguró el museo, así que Don Bernardo, el fundador, estaba especialmente contento. Ha sido tremendamente amable conmigo, dejándome pasar detrás de las cadenas y fotografiar el interior de los autos (en Chile les llaman autos, no carros o coches, como en otros países hispanohablantes). "Tuviste privilegios que no todos tienen" me ha dicho, por lo que estoy enormemente agradecido.
Bernardo Eggers pensó en montar un museo de coches hacia 1994. Su familia más directa lo apoyó sin fisuras, pero no todo el mundo en su entorno familiar lo alentó en el proyecto: "¿ni siquiera te fue bien en la agricultura y ahora vas a montar un museo de autos a crédito?". El caso es que la ilusión fue más poderosa y echó adelante. La idea se le ocurrió cuando le ofrecieron media docena de Studebaker que se sumaban a los dos que ya tenía, y luego otro y otro y así hasta completar una magnífica colección, la más grande del mundo de Studebaker fuera de Estados Unidos. Los Studebaker le hacen rememorar sus mejores momentos de la infancia, especialmente la camioneta 2R5 de 1949 como la que tenía su padre que desgraciadamente falleció en un accidente de automóvil cerca de Osorno, cuando él sólo tenía 13 años. Iba en un auto europeo, tal vez por eso la mayoría de los coches de su museo son americanos.
En la sala que lleva el nombre de su padre hay ordenados cronológicamente una treintena de Studebaker de todas las épocas. El 90% de los vehículos del museo son donaciones, como el camión de bomberos de 1925 que fue donado por el cuerpo de bomberos de Llifen en 1998, en el estado que puede ver en las fotos. Entre los Studebaker de pre-guerra llama la atención el Commander de 1934. Impresiona el Commander Coupé amarillo de 1950 que formó parte de la compra inicial que dio lugar al museo, el frontal futurista, con esa forma de cohete, no deja indiferente a nadie. Don Bernardo se siente especialmente orgulloso del Avanti blanco de 1963, el único de la colección que no fue originalmente matriculado en Chile. Su interior rojo es tan impresionante como el exterior. Unos pósters de Raymond Loewy, su diseñador, decoran el fondo de la sala, detrás del precioso Champion descapotable de 1950 que llegó al museo en un estado deplorable.
El coupé Champion verde de 1946 también tiene una fuerte personalidad. Entre tantos Studebaker el interior del Hawk, con los primitivos difusores del aire acondicionado, también llama la atención.
Justo en la entrada del museo hay una camioneta Ford TT que da paso a la siguiente sala donde hay juguetes de época y una maqueta de trenes que haría las delicias de Sheldon Cooper.
Más adelante, en un patio descubierto, hay unos cuantos coches sin restaurar. Me ha encantado un camión Opel que no conocía, todo cubierto de musgo, y una Citroneta o Citrola, un 2CV que se montó en Chile, en Arica, entre 1953 y 1979. Las primeras series eran de 2 puertas, con el maletero abierto a modo de pick-up, parecido al Renault Mini 4S que vimos en Uruguay. La versión del museo es posterior y ya cuenta con la carrocería de cuatro puertas y tapa en el maletero.
En una segunda sala había más coches americanos, mayoritariamente de los años 50. Un Ford Anglia, como el de los Weasley de Harry Potter, y un Mercedes ponton, parecían minúsculos en comparación. Un par de pick-up Chevrolet me recordaron las que aparecen en el post del mercado de abastos de Barquisimeto. En este caso, al contrario que las venezolanas, estaban perfectamente restauradas y descansando en el museo.
Al fondo todavía hay una tercera sala llena de coches. Allí se mezclan europeos y americanos de distintas épocas. No podía faltar un BMW Isetta como los que he visto en todos los museos chilenos, tampoco un par de Volvos PV y un Amazon. En un rincón había incluso un Fiat Ritmo de la primera serie.
Después de visitar el museo he continuado el viaje hacia Puerto Montt, me ha dado tiempo incluso de escribir este post en el bus. Sin duda nunca olvidaré el fantástico museo de D. Bernardo y su calurosa acogida. Estoy deseando volver pronto a la Patagonia para poder hacerle otra visita.