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Clásicos en la Riviera Maya

La península de Yucatán es uno de esos lugares maravillosos con tantas bellezas naturales y espléndidos vestigios arqueológicos que a poca gente se le ocurriría adentrarse en un barrio marginal de Cancún buscando un museo de coches. Rodeado de manglares, selvas y playas que antes de ser colonizadas por el cemento eran encantadoras, la ciudad es también el punto de partida para visitar las ruinas de Chichén Itzá y Tulum, entre otras. De cualquier modo, si eres aficionado a los coches viejos, se pone a diluviar, las calles se convierten en ríos y descubres que existe un museo en la ciudad, es un buen lugar para disfrutar de tu afición.


Había renunciado a llegar a las ruinas de Tulum. No quería continuar un día más empapado de arriba abajo, así que aproveché que el bus se detenía en Playa del Carmen para bajarme y tomar otro de vuelta, con suerte podría llegar a tiempo al Museo del Automóvil Antiguo del Sureste. Afortunadamente, a la llegada a la ciudad hotelera la lluvia se había detenido y las calles dejaban de parecerse a las de Venecia.



De camino al museo un Ford Falcon oxidándose a la intemperie me recordó las calles de Buenos Aires. En el lugar en que Google decía que debía estar el museo encontré un taller de reparación de coches antiguos. "El museo está cerrado" recibí por respuesta. El hecho de que la web estuviera en construcción habría sido una buena pista para alguien que quisiera entenderlo, pero preferí confiar en las noticias de internet que hablaban de un museo abierto al público en 2011, cortesía del notario local Benjamín de la Peña.


Lo cierto es que no había museo. Al ver que en vez de marcharme pedí permiso para tomar fotos por el taller y estuve un buen rato curioseando por allí, acabaron dándome el número de la notaría. Una empleada muy amable respondió a la llamada y confirmó que al cabo de un rato un compañero suyo vendría a abrirme el museo.


Al abrir las puertas, un magnífico Ford A enfilaba la salida, preparado para ir allá donde quisiera su conductor. “En realidad es un garaje privado, el jefe viene cuando quiere y se lleva el carro que le apetece ese día”. Junto al A había un Ford T en mantenimiento y un Oldsmobile de 1908 con el que propietario había sufrido un accidente en el Rally Maya hacía unos meses. En el garaje también había un Buick, un Oldsmobile 442 de 1971, un Jeep y el Mercedes del que fuera el embajador alemán en México durante el régimen nazi. Completaba la sala un precioso remolque de época a juego con el Ford A, sin duda alguna mi objeto preferido del museo.


Un pasillo daba a una segunda sala con las paredes cubiertas hasta el techo de posters y fotografías. Entre la docena de coches aparcados en ese lugar había un Ford Victoria, un par de Mustang, un Studebaker Commander que me recordó al Museo Mancopulli de Chile, el Mini con el que el propietario ganó en su categoría la edición de 2012 de la Carrera Panamericana y un Mercedes Pontón con el que también había participado en la misma competición.




Por último, en la sala de los Mercedes otro par de Pontón completaba la colección. Infinidad de carteles del Rally Maya recordaban que el propietario ha sido el impulsor de esa carrera de coches clásicos. Es una lástima que el museo no esté abierto al público. Si las acusaciones de corrupción al propietario de las que informa la prensa se confirman, podría ser una de las últimas oportunidades para visitar la colección.


También puedes leer este post en catalán e inglés




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