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El museo de TurBus

Junto a la estación central de Santiago, unas naves que en su día alojaron un molino de azúcar se han convertido en el escenario ideal para un museo de autos clásicos. Jesús Díez Martínez, nacido en La Rioja, llegó a Chile con sólo tres meses de edad. De muy joven comenzó a crear con sus manos las carrocerías para transformar viejos camiones en desuso en pequeños autobuses que también él conducía. Aquella aventura que inició un joven de Rancagua se ha convertido en una empresa, TurBus, que cuenta con más de 1200 autobuses que conectan múltiples destinos en Chile y países vecinos.



La pasión con que Jesús fabricaba aquellas "góndolas" le llevó a comprar su primer auto clásico, un Ford T, en 1967, que se convertiría en el germen de la colección de la que forman parte los vehículos que se pueden ver en el museo Jedimar de Santiago.


Por la mañana había visitado el museo de Quilicura así que después de comer tomé el metro hacia la estación central. La calurosa bienvenida de Lucho hizo que pronto me sintiese como en casa. Me contó la historia del museo y de su fundador y me presentó con interés cada pieza de la colección.


El museo se inauguró en 2010, desgraciadamente el fundador de la empresa falleció un año antes y no lo pudo ver terminado. Inicialmente concebido como una exposición temporal, ésta fue tan exitosa que Jesús Díez González, hijo del fundador, decidió más tarde mantener el museo abierto como una buena manera de hacer perdurar la memoria de su padre.


La entrada a la nave donde están los coches está precedida por una sala donde hay magníficas reproducciones a escala de los autobuses que han jugado un papel destacado en la historia de la empresa. En primer lugar está la reproducción de la primera góndola que fabricó Jesús Díez sobre un chasis de Chevrolet de 1929. El original está expuesto en la terminal de autobuses de Alameda, en Santiago.


La nave central del edificio, un ejemplo de arquitectura industrial de principios del SXX, acoge una combinación de magníficos automóviles de pre-guerra y deportivos de la segunda mitad de siglo.

En primer lugar se encuentra un Rolls Royce 20/25 carrozado por Henri Binder en París. Actualmente, como todos los coches expuestos, está perfectamente restaurado y funcionando después de que fuese rescatado en los años 70.


Impresiona por su elegancia el Lincoln V8 phaeton de 1928, en celeste y negro. La familia lo ha utilizado en varios rallys clásicos, incluso en Europa.



Lucho me destacó un Winton Six Tourer de 1917. Este fabricante de automóviles de lujo fue absorbido por General Motors en 1924. Hoy en día es un coche muy preciado por los coleccionistas, de hecho Lucho me contó que los descendientes de la misma familia Winton habían tentado a Jesús para que se lo vendiese.

Llama la atención la calidad de las restauraciones, con un respeto exquisito por colores originales. Lucho me aseguró que el proceso de restauración es muy escrupuloso. La carrocería se deja con la chapa pelada. Precisamente esta exhaustividad ha reportado agradables sorpresas. Hace unos años a Jesús Díez le ofrecieron un Pontiac Trans Am, como uno que tuvo de joven. Al desmontar el coche y decapar la pintura apareció una reparación del techo que se había hecho para tapar un viejo techo solar. Jesús pidió inmediatamente la documentación. Al revisar el historial comprobó que aquel coche, que había incorporado a la colección sin demasiadas ganas, era precisamente el ejemplar que su padre le había comprado de joven. Continuó la restauración sin comentar el descubrimiento en casa y cuando lo acabaron se lo ofreció a su esposa, ya que era el coche con los que iban juntos a "pololear", como dicen en Chile, cuando eran jóvenes.

Un magnífico Studebaker Golden Hawk de 1957 me sirvió de preludio de lo que vería una semana más tarde en el museo de Mancopulli. Con un impresionante V8 de válvulas en culata, que daba 275 CV, en su tiempo rivalizó con los Thunderbird y Corvette a los que superaba en prestaciones.

El Ferrari 250 GTE fue uno de los primeros modelos de la casa de Maranello con los que se podía competir los fines de semana en las carreras y utilizarse el resto de la semana con la familia gracias a contar con cuatro plazas (2+2). El ejemplar del museo, de 1961, es la versión con bastidor corto y fue vendido originalmente en California.

Entre los deportivos italianos destacaban también un Maserati 3500 GT Vignale Spider y un Alfa Romeo 1900 Zagato Coupé con carrocería de aluminio, en la que no podían faltar los bultos en el techo típicos del carrocero milanés. Un BMW M1 parecía como si acabase de presentarse en un salón del automóvil de 1978.



En la última esquina de la nave había un Renault de 1908, uno de los míticos taxis de la Marne que tuvieron un papel tan destacado en la defensa de París durante la I Guerra Mundial. En el Hospital de los Inválidos de París se conserva otro. No se sabe cómo llegó éste a Chile. En los años 60 era propiedad de uno de los suministradores de productos industriales de Jedimar. Cada vez que Jesús Díez iba a comprar artículos de tornillería podía ver el coche en el local de su proveedor. Jesús pedía que aceptasen venderle aquella reliquia que tanto gustaba a su hijo. El propietario del auto se negaba deshacerse de él una y otra vez. Por eso, cuando en 1970, a la llegada de Allende al poder, el propietario llamó a Jesús para preguntarle si todavía quería comprar el coche, éste se sorprendió enormemente. Sólo había dos condiciones. Por un lado la operación incluiría además el Mercedes Phaeton de 1928, que también está expuesto en el museo y, por otra, tenía que ir ese mismo día a recoger los coches ya que él abandonaba inmediatamente el país por temor a los cambios que pudiese traer la nueva situación política. El tema del pago no sería un problema, había confianza. Así fue como Jesús se hizo con el coche más antiguo del museo y posiblemente el que la familia más precia. Es un vehículo para uso exclusivo de la familia y ha sido el coche de boda para distintas generaciones de la misma desde que se adquirió.


De la nave grande pasamos a un almacén lateral que no está abierto al público. Allí había otra quincena de joyas aún pendientes de restaurar. Entre grandes convertibles y faetones había un pequeño Messerschmitt que sin su carlinga parecía un cangrejo escondido entre las piedras. En esta nave todavía está la caldera de la que sale una enorme chimenea que se utilizaba en el molino de azúcar. Cuando la Société Française des Sucreries du Chili abandonó el país, también a la llegada de Allende, las instalaciones se reconvirtieron en un secador de madera. Lucho me comentó que cuando decidieron montar el museo todavía estaba el depósito lleno de un chapapote espeso con el que se alimentaba aquella caldera.

​De vuelta a la zona visitable dos naves paralelas a la principal alojaban más autos. En la primera predominaban los coches europeos, encabezados por un Isetta 300. El vehículo más singular no era, en cambio, europeo, sino americano. Se trata de un De Soto Six K que Jesús Díez transformó en ranchera. En 1962, para sustituir a una entonces moderna Citroneta del 56, encontró este viejo descapotable de 1929 al que, conservando el chasis, le cortó la parte posterior de la carrocería y le hizo una nueva a mano. Durante mucho tiempo el De Soto sirvió a la familia para hacer excursiones, ir a comprar repuestos o entrenar a nuevos conductores de los autobuses. El hecho de que no tuviese motor de arranque hizo que Jesús se ganase el mote de "el manivela" entre sus vecinos ya que se convirtió en un experto en el arte de la manivela. Con el tiempo el De Soto fue utilizándose menos y quedó arrinconado en alguna nave hasta que fue rescatado para el museo.


En una última nave un impresionante La Salle Coupé Convertible de 1936 descansa entre otros autos americanos. Ya en la zona del parking, pero también a cubierto, un viejo Chevrolet de los 20 y un Cadillac reciben los visitantes junto a un par de primitivos autobuses.


El museo Jedimar es sin duda visita obligada para cualquier aficionado a los autos antiguos que pase por Santiago. Yo, personalmente, no podré olvidar la amabilidad de Lucho, que no sólo me explicó la historia de la empresa y el museo, con la pasión de quien lo ha visto crecer en primera persona, sino que incluso me ofreció llevarme a casa después de la visita. Chile tiene tantas maravillas para descubrir que ya estoy deseando volver.

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