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Ruta a Colonia (Uruguay)

La ruta de Montevideo a Colonia nos sorprende por la multitud de clásicos que podemos encontrar al lado de la carretera, un sueño para cualquier forofo de los coches clásicos


La playa de Pocitos en Montevideo es un lugar maravilloso para pasear o hacer deporte. En julio, cuando la brisa que viene del Río de la Plata cubre de humedad el horizonte, hacer ejercicio río abajo te hace olvidar que es invierno y te permite empezar el día lleno de energía.


Era mi último día en Uruguay, tenía todo un sábado por delante en un país del que todo aficionado a los coches clásicos ha oído contar historias fantásticas de coches exclusivos que han aparecido en un pajar o de lo fácil que es encontrar una reliquia de los años treinta todavía rodando por los caminos.

Días antes, a la llegada al país, en un mercadillo junto a el hotel encontré los primeros clásicos, camionetas cargadas de fruta, e incluso un autobús reconvertido en ultramarinos rodante. Nunca había visto un autobús así. ​​Más tarde supe que se trataba de un Leyland Olympic, un modelo que se fabricó en Gran Bretaña y Sudáfrica entre 1949 y 1971. En Montevideo se convirtió en toda una institución. El ejemplar del mercado parece que llegó en 1962/63 en una remesa de 81 unidades de la versión EL-44-3. Algunos de ellos estuvieron prestando servicio público hasta 2001. Pero no todos se jubilaron, con más de cincuenta años el ejemplar del mercado todavía despliega cada día su amplio surtido de provisiones por las calles de la ciudad.


El fin de semana anterior había estado en la región de Entre Ríos, en Argentina, visitando uno de aquellos “desarmaderos” de ensueño donde los árboles crecen a través de los restos oxidados de los Ford T, así que las expectativas estaban altas. Nadie supo decirme donde podría encontrar otro lugar así en Uruguay, pero me aseguraron que fuese por la carretera que fuese encontraría alguna “cachila”, que es como se conoce por allá a los autos viejos. De buena mañana, después de disfrutar de la brisa corriendo por la playa, tomé un autobús al centro para recoger el Clio que había alquilado por internet la noche anterior. Decidí ir a Colonia, una preciosa ciudad portuaria fundada por los portugueses que conserva una fortaleza defensiva y un encantador centro histórico. No sabía que se me haría de la noche llegando a Colonia, las continuas paradas hicieron que un trayecto de a penas 180 km durase todo el día.


Todavía no había acabado de salir del puerto de Montevideo cuando la silueta de unos barcos oxidándose entre el horizonte y su propio reflejo me llamó la atención. La estampa tenía un punto entre romántico y decadente que no pude dejar de retratar.



Poco más tarde hice la primera parada. De lejos me pareció ver un viejo Opel. Me atreví a entrar a la pequeña granja. El propietario nunca se había deshecho de ninguno de sus antiguos coches, así que los iba acumulando por los alrededores de la casa.

Tenía debilidad por los Opel Rekord, el más antiguo era un P2, pero también había 2 Rekord C de 6 cilindros e incluso un Chevrolet Opala, la versión brasileña del mismo C, con motor y aspecto de Chevrolet Impala, en cualquier caso su preferida era una furgoneta Hanomag-Henschel.



La siguiente sorpresa no tuvo que ver con los autos del pasado, sino del futuro. Cerca de Montevideo hay una planta de montaje de Lifan, uno de los pequeños productores chinos, pero de los más activos a nivel internacional. La fábrica estaba rodeada de carrocerías a medio desmontar y montones de piezas esparcidas por todas partes.


No habían pasado diez minutos desde que había dejado Lifan cuando en el jardín de otra casa apareció otra media docena de clásicos entre los que se encontraban un Mercedes Pontón, una camioneta Studebaker y una extraña criatura de color rojo que no supe reconocer (más tarde supe que se trataba de un NSU P10, una versión producida únicamente en Uruguay). ​

​Poco más adelante una pila de esqueletos de Renault 4CV volvió a interrumpir mi viaje a Colonia. Cuando me acerqué los ladridos de los perros hicieron salir a Hugo, su propietario. Me explicó que aquello era lo que quedaba de los cuatro donantes que se habían utilizado para restaurar un solo ejemplar de 4-4. Hugo me mostró el Studebaker de sus sueños que esperaba la restauración escondido a un galpón madera. Junto a los 4-4 tenía un Chevrolet Royal Canadian. Comenzó explicándome las diferencias entre aquella versión fabricada en Canadá y las de los Estados Unidos. Hugo resultó ser una enciclopedia del automóvil humana, he conocido pocas personas con una cultura automovilística como la suya, pasé un rato fantástico escuchando historias increíbles de coches únicos que habían pasado más de medio siglo escondidos en granjas olvidadas. ​

​Hablaba con dolor en el corazón de todos aquellos casos en que joyas de la mecánica habían pasado del olvido a ser destruidos por manos ignorantes; de otros como el de un De Dion-Bouton de principios del siglo XX que se había salvado gracias a un coleccionista Sudafricano que se enteró a tiempo de su existencia; de cómo no hacía más de veinte años renunció a comprar un Ford A con menos de 4000 km, por no podérselo permitir, para ver como un conocido lo destrozaba usándolo a diario y reemplazando las piezas que se iban rompiendo por otras de coches modernos; de cómo no hacía tanto tiempo que los Messerschmitt, aquellos microcoches producidos en la posguerra por un fabricante de aviones, se amontonaban en los desguaces. Con especial tristeza recordaba como a un BMW 328 de pre-guerra, que había aparecido intacto después de décadas acumulando polvo en un galpón, se le cortó la carrocería para convertirlo en una camioneta.


Después de escuchar boquiabierto las memorias de Hugo continué la ruta hacia Colonia. Cómo iba de sorpresa en sorpresa no me va extrañó encontrar todo un museo de automóviles clásicos pocos kilómetros después. Desgraciadamente estaba cerrado y no pude fotografiar de cerca la treintena de autos, casi todos americanos de los treinta a los cincuenta, que se entreveía desde las ventanas. Aproveché para comer en un restaurante de carretera frente al museo, como ya era tarde sólo me pudieron preparar de emergencia una milanesa, que es como denominan en Uruguay y Argentina a los enormes filetes de carne empanada acompañados de patatas fritas. A pesar de que esperé buen rato el responsable del museo no volvió, así que tuve que dejar la visita hasta un próximo viaje, de todas maneras no me faltaron clásicos para ver al lado de la carretera.


Estaba empezando a oscurecer pero no me resistí a hacer una última parada. Me llamó la atención la extraña silueta de un Renault 4 igual a otro que no había podido fotografiar mientras corría por la playa. Este se encontraba en bastante peor estado, pero no pude resistirme a retratar aquel endemismo uruguayo. Parece ser que, por cuestiones de aranceles, a finales del 60 empezaron a importarse los Renault 4 a medio montar desde la planta argentina de Córdoba.



La mecánica venía completa de Argentina y la carrocería acababa de montarse con piezas de fabricación local, de forma que se rediseñó la parte de atrás, dando lugar a esta curiosa versión de dos puertas con el maletero separado, el Renault Mini 4S. Parece que hasta mediados de los setenta se fabricaron distintas variantes, incluyendo una pick-up. El ejemplar de la fotografía estaba todavía funcionando, al contrario que la mayoría de los otros clásicos que se amontonaban en aquella parcela. Entre ellos había un par de Hillman Minx, un Chevrolet Impala pick-up, un Fiat 850 e incluso una camioneta Chevrolet de los treinta.


La excursión me dejó recuerdos imborrables, Colonia no ha perdido el encanto de otros tiempos, la belleza de la puesta de sol frente al Río de la Plata me hizo olvidar que todavía me quedaba el retorno en Montevideo. Una vez que ha zarpado el último barco hacia Buenos Aires la ciudad queda en paz, los pocos turistas que se sientan en las terrazas disfrutan de una quietud que evoca el pasado colonial, sin duda es una ciudad que vale la pena visitar.


También puedes leer este post en catalán, inglés, francés o italiano





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