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La reserva soviética de Mikhail

Si en la Rusia actual la añoranza del pasado soviético es todavía evidente en cada rincón del país, Mikhail Krasinets es, con su colección de más de 300 coches, uno de los mejores representantes de esos rusos que todavía se aferran a unos tiempos que los nostálgicos consideran gloriosos.

Después de un mes en Moscú había pasado mi última tarde de sábado en el Museo del Transporte. Por la noche, mientras buscaba información en internet para completar una nueva entrada el blog descubrí que a menos de 300 km al sur, en la provincia de Tula, había un forofo que tenía una colección de más de 300 coches de la época soviética al aire libre.

Cuando por fin encontré Chernousovo en Google Maps pude comprobar a vista de pájaro que la última vez que se había actualizado el mapa los coches todavía estaban allá. Los navegadores me decían que en menos de cuatro horas podía estar disfrutando de aquel “museo” al aire libre.


El domingo madrugué y por primera vez en el país llegué a mi destino en un tiempo razonable, sin retenciones ni paradas, la ruta hasta Chern’ fue mucho más rápida de lo que pensaba. Después de unos cuántos kilometros por una pista en la que pensaba que ni en modo 4x4 iba a ser capaz de continuar, llegué al terreno de Mikhail.

Como primer visitante del día Maria y Mikhail me recibieron entusiasmados. A pesar de que su inglés era casi tan inexistente como mi ruso, Mikhail se esforzó en guiarme por sus dominios explicándome la historia de sus vehículos más emblemáticos. Los restos de una furgoneta Latvija hacían de oficina de información. En una de las ventanas tenía colgados los certificados que acreditan su contribución a la preservación de la memoria automovilística soviética.


La visita empezó por el terreno de detrás de la casa, donde tenía los ejemplares más valiosos. Poco más de media docena de coches occidentales se entreveían entre decenas de autos soviéticos. Seguramente me explicó, pero no fui capaz de entender, como habían llegado hasta allá aquellos Ford Granada Coupé, Opel Commodore Coupé, un Mercedes y unos cuántos Ford Taunus, entre ellos uno que Mikhail aseguraba que era el único de la primera serie en Rusia.


La semana anterior había escrito una entrada en el blog hablando de los Pobeda del Museo Lomakov. En el terreno de Mikhail no sólo había Pobeda por decenas, sino también Volga, Moskvich, Lada, Zaporozhets, etc. En aquella primera parcela, además tenía varias limusinas que habían pertenecido a jerarcas del régimen soviético.

Destacaba un enorme GAZ Ча́йка (Chayca). No sé si entendí que Jrushchov le había regalado un coche como aquel a Fidel Castro. Sin duda, aquel automóvil era el preferido de su colección. Me levantó el capot para mostrarme el impresionante V8 y dio muchos detalles sobre aquel ejemplar, lástima que su inglés se parecía demasiado al ruso y no fui capaz de entender gran cosa.

Mikhail estaba también particularmente orgulloso del prototipo Moskvich 3.5.5. de 1972. La fábrica de Moskvich quedó abandonada después de su cierre en 2010.


Por internet circulan fotos de las instalaciones saqueadas.


El Museo del Transporte de Moscú acoge gran parte de la colección de prototipos y vehículos históricos del fabricante, posiblemente el ejemplar de Mikhail salió antes de la fábrica, actualmente está sin motor oxidándose a la intemperie.


Al otro lado del camino había decenas y decenas de coches alineados por modelo. En un extremo había también unos cuántos camiones militares y furgonetas. Antes de que me diese tiempo de ir a la zona donde tenía los Lada Mikhail empezó a ponerme prisas, parece que sus prisas tenían que ver con las nubes que se acercaban y los rayos que se veían en el horizonte.


Me llevó hasta el interior de la Latvija donde me mostró un libro de Andy Thompson sobre automóviles soviéticos en el que había varias fotos de sus limusinas. En el momento en que Thompson las fotografió estaban al mismo lugar, pero la corrosión todavía no era tan evidente. Mientras firmaba en el libro de visitas empezaron a sonar sobre el techo de la Latvija unas gotas que no presagiaban nada bueno. Mikhail, se afanó en escribir su número de teléfono a un papel indicándome que me marchase deprisa.


Por la ruta que me indicó para salir de aquel lugar no había más de 4 km hasta llegar a un camino sólido. Nada más salir de casa de Mikhail el coche empezó a no obedecer al volante. Avanzaba, pero iba cruzándose de lado a lado del camino, después, enfiló los surcos que había marcados al camino y fue avanzando hasta que el surco se hizo demasiado profundo y la panza tocó tierra, conseguí recular, pero no salir del surco, de forma que después de ir adelante y atrás varias veces el coche se quedó varado. Llamé a Mikhail, pero por teléfono su inglés tenía ya un 100% de palabras rusas.


Continué andando hasta descubrir que el camino más sólido estaba a sólo 400m. Nunca había andado por un terreno así, a penas podía mantenerme en pie. El suelo era cómo de mantequilla, sólo que de color marrón oscuro, casi negro. Al cabo de más de dos horas cuando la lluvia ya había amainado recibí una llamada de Mikhail, estaba esperándome con su Niva junto a mi coche.

Enganchamos una cuerda de bola a bola de remolque y me dijo que una vez saliese del hoyo no volviese al camino, debía que seguirlo a través del campo de trigo hasta la carretera. Así fue, enfilamos el campo de trigo al lado del camino y en un santiamén salimos de aquel barrizal. Cuando por fin estuvimos sobre terreno firme Mikhail me advirtió que limpiase el frontal del coche para que todo el trigo que había entrado hacia el radiador no lo cegase. Después se mostró orgulloso de las aptitudes de su Niva ruso, capaz de rescatar a cualquier coche extranjero que osara adentrarse en su territorio.


La visita a Mikhail fue sin duda fue una experiencia inolvidable, por la colección de clásicos y por la enfangada al camino. Si alguna vez tenéis ocasión de ir aseguraos que el camino esté seco o que lleváis un auténtico todo-terreno.

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